Se
considera el siglo XVII una época de esplendor marítima en los
diferentes mares conocidos. Os dejo unas pequeñas pinceladas,
a modo muy general, sobre la vida marinera y pirata para aclimatar un
poco mejor a vuestros jugadores en partidas de esta temática (sin
ahondar demasiado en consideraciones históricas). Os dejo también el PDF en la sección Recursos Roleros.
Para
cualquier marinero novel o experimentado, la vida a bordo era
terriblemente dura y sacrificada. Antes de embarcar, uno podía
hacerse a la idea de las limitaciones en alta mar, pero tal vez no se
daba cuenta de las situaciones que estaba a punto de vivir. Era no
poco común componer, antes de nada, un testamento y tomar confesión
en la iglesia local o con algún capellán a bordo. Con ello se
elevaba el ánimo interior para afrontar los peligros del mar y la
posibilidad de no regresar con otra perspectiva. ¿Porqué uno no
se dedicaba a otro oficio? Necesidad más que falta de voluntad,
por un lado, y tal vez el ansia por el ascenso social y
enriquecimiento fueran los motivos más comunes.
Las
ocupaciones básicas de la vida a bordo eran diversas, bien
diferenciadas y realizadas según el grado de la marinería y los
oficiales: llevar el timón o vigilar el rumbo no eran menos
importantes que limpiar las cubiertas, perseguir plagas de ratas,
izar y arriar velas o achicar agua cuando accedía al interior del
navío. Además, los marineros se afanaban en sus labores durante
turnos que podían ser aproximadamente de entre tres a seis horas.
Por supuesto, la vigilancia del rumbo no era cosa baladí y era
frecuente que los capitanes vigilaran en horas intempestivas (en
sentido figurado y literal) la línea del horizonte, así como
durmieran en sus camarotes a plena luz del día.
Cabe
destacar el común hacinamiento de la tripulación y la aglomeración
que experimentaban dependiendo del buque en el que se encontraran
enrolados. Una vez en el navío, cada marinero ocupaba un lugar libre
como espacio personal, donde podía colocar sus pertenencias (mantas,
armas propias, jaulas con sus animales, objetos personales, etc.) no
por ello sin necesidad de defenderlo. Fruto de esta acumulación la
vida en alta mar podía ser incómoda y molesta durante un tiempo.
Peleas, falta de higiene, enfermedad o humedades hacía algo más
difícil la vida a sus marineros. Las horas de descanso nunca estaban
garantizadas.
Cada
uno de ellos gozaba de su ración de agua y comida diaria (aunque
podía conservar su propia comida), cuyos alimentos consumidos eran
comúnmente tasajo o carne salada, bizcocho (tortas de harina de
trigo), arroz, vino, pescado, tocino y legumbres, aceite o vinagre.
El capitán, contramaestre y piloto de la nave solían comer aparte
de la tripulación regular.
Existían
entretenimientos bastante comunes en alta mar, tales como amenizar
con trompetas o flautas al resto de tripulación y acompañando
musicalmente a recitales de romances; los juegos de azar, que aunque
prohibido de manera oficial, era una diversión compartida por la
mayoría de oficiales; también solían darse las peleas de gallos
encubierta o camarotes, la charla como rutina más común y en
contadas ocasiones la lectura (para aquellos que dominaban la letras)
y la pesca (cuando el mar lo permitía). El mayor entretenimiento y
uno de los más anhelados por toda la tripulación era realizar
escala en sus trayectos por alta mar, donde poder beber agua,
recolectar comida y al fin y al cabo abandonar el hacinamiento
durante unas horas.
Cuando un marinero
moría por cualquier razón no había más remedio que echarlo por la
borda. Sin embargo, dependiendo del estatus o la condición del
fallecido el procedimiento era distinto: los esclavos, los condenados
o ciertos marinos que no gozaban de importancia para la tripulación
eran lanzados al agua sin más. Por el contrario, aquellos hombres
con cierta distinción eran cubiertos por una lona cosida y rellena
de lastre (utillaje de guerra o cualquier otra cosa que pesara) para
que tras lanzarse al agua se hundiera y no fuera devorado por
animales depredadores. Antes de ello se le dedicaba una ceremonia
religiosa previa.
He
aquí algunos títulos de oficiales y diversos oficios muy comunes en
casi cualquier buque del siglo XVII:
Capitán:
era el líder militar del barco que representaba a sus tripulante,
emitía juicios sobre crímenes y dirigía la dirección del navío
en situaciones de peligro y combate.
Contramaestre:
se trataba del intendente de la nave, figura de autoridad encargado
de ocupaciones como revisar las provisiones, dar la paga, administrar
las armas, arbitrar disputas y ejercer las sentencias dictadas por el
capitán.
Guardián:
ayudante subordinado del contramaestre, encargado de situaciones
peculiares: dirigir los bateles lanzados desde el buque para
cualquier misión, sondear fondos bajos, vigilar el tránsito de
mercancías o armas del buque a tierra y viceversa, fomentar la
disciplina, etc.
Piloto:
encargado de manejar el timón de la nave, capaz de reconocer
cualquier costa y aprovechar el viento. Poseía experiencia en el
manejo de brújulas, astrolabios y compases. Era un hombre muy
estimado por toda la tripulación.
Artillero:
era el encargado de comprobar los cañones, armarlos, ordenar
disparos en combates, abrir fuego a los marinos, etc.
Oficial
de derrota: se trataba de un miembro de la tripulación que
informaba al capitán sobre cualquier peligro en la mar, ayudar en la
cartografía a los pilotos, etc. (una especie de vigilante
constante).
Carpintero
y calafate: eran los encargados del mantenimiento e
impermeabilización del navío, así como los jefes de cualquier obra
o reparación.
Cirujano
o físico: se trataba del especialista en medicina, encomendado a
curar enfermedades y heridas en la nave.
Otros
cargos en alta mar:
- Maestro de armas: reparaba las armas de fuego y las blancas.
- Cocinero: encargado de los alimentos y las comidas en alta mar.
- Capellán: eclesiástico que repartía confesión y fuerza religiosa.
- Dispensero: encargado de la vigilancia, distribución y racionamiento de las comidas.
- Lenguaraz: intérprete para ocasiones diplomáticas o de exploración.