Estando en aquel batel a la deriva, los jugadores despertaron de su estado de inconsciencia y vieron al fondo de la lejana línea marítima un punto concreto. Acompañados de su capitán Valdivia, Gonzalo y el fraile Jernónimo, entre otros, remaron hasta dicho lugar. ¡Era tierra! Parecía que tras tantos días a la deriva aquella posibilidad fuera únicamente un sueño imposible. Valdivia volvió a capitanear a sus hombres y los coordinó para remar hasta allí sin desfallecer. Durante aquel día y su correspondiente noche los jugadores estuvieron afanados en tal actividad, hasta que llegaron a lo que parecía una isla, justo al mediodía. Finalmente, el batel tocó tierra. Una hermosa baía de arena blanca era el preludio de una porción de terreno selvático y montañoso. Tan sólo ocho marineros (incluyendo el capitán y todos los jugadores) llegaron con vida a las entonces desconocidas tierras del Yucatán.
Tras permanecer tumbados en la orilla durante unas horas (estaban exhaustos), los jugadores comenzaron a inspeccionar la playa y los alrededores. Buscaban entre la maleza algún rastro de cuencia, río o arroyo potable, y tambíén algunas frutas o animales que poder cazar. El único que conservaba una espada era el capitán Valdivia y lideraba la pequeña marcha de exploración. Finalmente, tras cortar maleza durante unos minutos, encontraron un pequeño río en el cual poder calmar la sed. Eso sí: entre la maleza, los jugadores advirtieron que numerosas figuras y siluetas humanas corrían alrededor de ellos, semiocultas, como acechándoles, protegidas por la profundidad de la selva. Instantes después, un grupo de nativos de aquella tierra los rodearon. Su aspecto era temeroso para el grupo de supervivientes (pinturas en su rostro y piel, agujeros y ornamentos en todo su cuerpo y una incomprensible lengua era lo que percibían). Aquellos hombres serían conocidos posteriormente con el nombre de Cocomes (uno de los pueblos mayas que formaba parte de una confederació conocida como "Liga del Mayapán").
El joven Rui fue el único en intentar entenderse con ellos, haciendo con los brazos la forma de una cruz (por si algo sabían del cristianismo). Pero aquello fue en vano. Casi a la par, los nativos cargaron contra el grupo con sus macanas (porras hechas de madera y con un filo de pedernal) al tiempo que lo hacía el capitán Valdivia con la única espada de entre todos ellos. Guerrero y otro soldado atacaron con los remos del batel que aún conservaban, y los jugadores con lo que buenamente podían (rocas, puños y poco más...). Tras una cruenta lucha donde hubo un duro enfrentamiento, algunos nativos que aún les cercaban (pero no habían intervenido) se lanzaron contra ellos y lograron apresarlos, reducirlos y golpearlos para llevarlos a todos en volandas en calidad de prisioneros por la selva.
Tras un rato siendo desplazados por la maleza y la espesura tierra adentro, llegaron a un claro donde se ubicaba el campamento provisional de aquellos nativos. Se alzaba en el centro del terreno un pequeño adoratorio de piedra y una choza de paja y caña a su lado, junto a unas jaulas. Los jugadores y sus compañeros fueron introducidos en ellas, excepto el capitán Valdivia. A éste lo desnudaron, lo colocaron bocarriba sobre el adoratorio y con sus macanas acabaron cruelmente con su vida. La macabra escena para los jugadores terminaba con la última reacción de sus captores: comenzaron a comerse el cuerpo de Valdivia. Y ellos mismos se estaban preguntando quién sería el siguiente mientras veían todo el proceso.
Finalmente se hizo de noche campamento. Tan sólo quedaban con vida los cuatro jugadores (Joao, Haine, Orazio y Rui) el soldado Gonzalo Guerrero y el fraile Jerónimo de Aguilar. En un descuido, Guerrero logró desbaratar un barrote de caña de la jaula con una patada y hacer presión para formar un hueco en su prisión. En la ronda nocturna de sus captores, el grupo superviviente logró huir del campamento sin ser visto, aunque se perdieron en lo profundo de la selva.
Habían sobrevivido al infierno azul para adentrarse en el infierno verde.
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...(Aguilar) dixo que saltando de la barca los que quedaron vivos, toparon luego con indios, uno de los cuales con una macana hendió la cabeza a uno de los nuestros, cuyo nombre calló; y que yendo aturdido, apretándose con las dos manos la cabeza, se metió en una espesura do topó con una mujer, la cual, apretándole la cabeza, le dexó sano, con una señal tan honda que cabía la mano en ella. Quedó como tonto; nunca quiso estar en poblado, y de noche venía por la comida a las casas de los indios, los cuales no le hacían mal, porque tenían entendido que sus dioses le habían curado, paresciéndoles que herida tan espantosa no podía curarse sino por mano de alguno de sus dioses. Holgábanse con él, porque era gracioso y sin perjuicio vivió en esta vida tres años hasta que murió.
Francisco Cervantes de Salazar. Crónica de la Nueva España, libro I, Cap. XXII.
Continuamos en la próxima entrada la cuarta parte de la aventura.