8 nov 2018

Maestros de la Piedra - Crónica del s.XVI (Parte I)

Hola a tod@s,

esta vez traigo contenido diferente al blog. No son aventuras ni ayudas roleras, sino un pequeño relato propio en tres partes del que, por cierto, me inspiré para diseñar la profesión de Sobrefiel para Aquelarre (y que podéis encontrar pinchando aquí).

Maestros de la Piedra, como así se titula, la escribí hace un tiempo, y se trata de una breve crónica ficticia que retrata algunos de los pormenores y la idiosincrasia de ciertos oficios en la ciudad de Cáceres durante la primera mitad del siglo XVI. Detalle del pasado que tiene su eco en la modernidad, ésta es la primera parte (de un total de tres) de la radiografía de una época.


Parte I. Los Fratres de Cáceres                  

 

El joven aprendiz de cantería se afanaba en atravesar la Cuesta del Maestre. Su ascendente y encaramado trazado no detenía su afán de escudriñar el motivo de aquel nombre. ¿Qué era lo que había oído en el taller del herrero? Miró hacia arriba, y sin demorar el paso avanzó mientras se daba cuenta de que aún era temprano.

–¿Qué requiere tan de mañana el maestro cantero? –preguntó el oficial de la herrería al reconocer al pupilo nada más entrar. Tocaba entonces la hora Tercia–. El joven se personó vistiendo prendas blancas, al igual que su instructor, el único maestro cantero en la ciudad de Cáceres.

–Aún nada, señor –respondió sincero el muchacho–.

–¿Y a qué se debe...? –tu presencia, quiso decir el artesano–. El joven, una vez dentro, quedó fascinado observando cada una de las dovelas de los arcos instalados sobre la gran forja candente, imitando un espacio abovedado, así como las columnas del interior de la casa–taller. Absorto en el gran trabajo que allí habían realizado, apenas pudo responder.

–La Cuesta del Maestre... –murmuró cuando volvió en sí–. La crónica que le narrásteis a ese comprador, el que os visitó ayer... ¿podéis contarme más sobre ella? –la curiosidad del joven era constante–. El oficial se giró soltando precipitadamente el fuelle, y la forja ahora expedía un terrible calor a pesar de la temprana hora.

–Ahora no –contestó adusto el herrero, y en su voz podía notarse algún tipo de resentimiento–; nada más sé. No era comerciante ni tendero, sino uno de los sobrefieles del Corregidor... Tan sólo le entretenía mientras revisaba descaradamente las cuentas de don Julián, mi buen maestro. –el joven comprendió entonces aquella tosca respuesta: la continua intromisión del Concejo en el oficio artesanal–. El herrero bordeó entonces el yunque y preparó hábilmente las tenazas junto a las brasas.

Los sobrefieles, sujetos a la tutela del Corregidor y el Concejo cacereño, supervisaban el cumplimiento de las ordenanzas de la villa en las cuestiones profesionales, evitando así posibles abusos económicos por parte de los vendedores; los gremios y los negocios artesanales eran objeto de inspección constante, y por ende, dichos inspectores no gozaban de buena fama. El aprendiz de cantería sabía de su existencia, pues su propio maestro se codeaba con uno de éstos expertos, el cual solía visitarle en el taller cada mes; a veces, incluso, acudía acompañado de un escribano del cabildo, que tomaba notas para sus informes.

–¡Espera, joven! –voceó pesaroso el oficial herrero por haber hablado mal al muchacho, que ya cruzaba el umbral para marcharse–. Bueno..., según tengo entendido, en esta calle, en el solar que ocupa aquella torre, vivía el maestre de los Fratres de Cáceres –herrero y aprendiz salieron del local, y el primero señaló con su mano la torre de Espaderos, que se alzaba unas decenas de metros más arriba. Su imponente matacán vigilaba solemne la puerta romana llamada De Coria, por la cual, según la tradición, en el año de mil doscientos veintinueve las tropas de Su Majestad Alfonso IX de León se personaron en Cáceres–. Pregunta a tu maestro quiénes eran estos caballeros, pues seguro que él sabrá decirte –añadió–. Los maestros de la piedra suelen guardar con celo cuantiosos saberes.

Insaciable uno de curiosidad en tanto que carente el otro de tiempo suficiente para relatos, el herrero vio aparecer en las puertas del negocio a un esportillero. Vestía la librea de los criados de los Ovando y acarreaba tras de sí un caballo, tirando suavemente del bozalillo de la bestia. Despidiéndose del curioso joven, el artesano del hierro volvió al interior del taller, y continuó claveteando tenazmente las herraduras encargadas para la bestia a golpe de martillo.

2 comentarios:

  1. Me encanta, y puede servir perfectamente para ambientar una partida.
    Veremos como prosigue...
    Bravo! ;D

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    1. Gracias, no sé si para aventura, pero al menos de inspiración. :)

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