18 sept 2016

"Cuando los Caxtiltlacah asolaban el Poniente" (Parte Quinta)

Sabiendo el destino de los jugadores durante sus años de cautiverio (la Parte Cuarta) cabe destacar que Gonzalo Guerrero fue un esclavo altivo castigado severamente durante obligada estancia. A su vez, aprovechó esta reprimenda para ir aculturándose más y más a la cultura Tutul, hasta el punto de aconsejar militarmente a sus captores en las luchas contra otros caciques yucatecos. Llegó el día en que asimiló la cultura por completo y con decisión y entrega consiguió labrarse una reputación militar bastante importante. Ahora, eliminada toda su antigua fe, aspecto y vida pasada, se convirtió en un despiadado capitán de un pelotón de Xiúes en las luchas de las Guerras Floridas entre los cacicazgos yucatecos (era un tipo de guerra ritual organizada entre varias ciudades para capturar prisioneros que posteriormente serian sacrificados. La finalidad no era matar, sino que se acordaban cacerías entre enemigos para este fin).

En cuanto a Gerónimo de Aguilar, su inquebrantable fe le ayudó a soportar ese calvario durante años. Su aspecto es roído y desaliñado, su alma, muy destrozada, la alimentó con oración todos los años de cautivero, hasta encontraron noticias de alguien que vino más allá del mar...
 
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Durante las Guerras Floridas, Gonzalo Guerrero llevó en una de las incursiones a Joao y a Orazio en su pelotón, los cuáles habían tenido contactos militares de cierta forma. Cargaron contra los Cocomes con una elaborada y efectiva formación macedonia, similar a las de Alejandro Magno, (que Guerrero había enseñado a los Xiúes y ningún otro pueblo yucateco conocía), capturaron a muchos de los suyos y los trajeron de vuelta a Maní (su capital) para darlos en sacrificio al dios supremo, Itzán Ná. Proezas como ésta lo elevaron hasta el grado de consejero del líder maya.

A partir de aquí, la fama de Guerrero  se extendíó como la pólvora por las calzadas del Yucatán y los caminos más insondables, llegando a los oídos de aliados y enemigos de los Xiúes. Es por ello que el líder de los Tutúes, Taxmar, para compensar una antigua deuda, entregó a los jugadores como su más preciada pertenencia al aliado y líder-cacique de los Cheles, Na Chan Kán, ubicados en la bahía de Chetumal (lo que hoy sería el sur de la Riviera Maya), concretamente en Ichpaatún, ciudad al oeste de Maní "a seis soles de distancia". El grado o la estima de "consejero de guerra" con los Xiúes no se extrapoló en su nuevo ámbito, asi que tanto Guerrero como Aguilar y los jugadores y sus nuevas familias fueron considerados esclavos de nuevo.

Tras acomodarse poco a poco en la nueva ciudad y con el nuevo líder, las Guerras Florares llegaron. Los jugadores fueron ubicados en la primera cacería (¿un macabro regalo de bienvenida?) con uno de los mejores guerreros de Na Chan Kan, llamado Iktán "el ingenioso". Aquel tipo, ataviado con elementos ornamentales para la guerra, así como collares y pulseras de jade y obsidiana, lideraía al grupo de jugadores durante la guerra. Les dió a elegir una de las siguientes armas a cada uno:

Lanza corta (lanzas) (AGI) 1d6+1
Arco corto (arcos) (PER) 1d6
Macana (palos) (AGI) 1d6+2

Joao y Rui escogieron la lanza, Orazio la macana, Haine el arco, y tras prepararse debidamente partieron hacia una zona específica de la selva donde solían congregarse ambos enemigos para lucha. Durante cinco días andaron por la maleza hasta llegar a Uaymil, otro cacicazgo del Yucatán y lugar del peligroso encuentro. Iktán avanzaba en cabeza y al tercer día de marcha, mientras cruzaban un río de poca corriente, éste fue atacado por un caimán de pálida piel que se encontraba oculto en el lugar. Consiguió arrastrar al nacom (el "líder") bajo el agua, y los Jugadores, utilizando por primera vez sus armas, golpeaban al animal mientras Gonzalo abrazó al reptil para forcejear con él, haciéndolo salir del agua y liberando a Iktán. Finalmente acabaron con el caimán.

Tras el lance, los jugadores continuaron hasta las tierras donde se celebrarían las guerras. En el quinto sol se encontraorn una tierra fértil donde pobladas por varias aldeas pertenecientes al cacicazgo del lugar, y acamparon cerca de allí. Pronto se les presentó el grupo guerrero contra el que combatirían y darían caza. Tras presentarles los respetos mutuos y acordar que los corazones de unos y otros no serían sino para agradar a los dioses herederos del Mayab, ambos enemigos se marcharon y pasaron otros cinco días de concentración antes de la gran inauguración de las Floridas.

Rodeados de jaguares y mosquitos, el primer y segundo día no hubo ningún encuentro. En el tercero, los jugadores, Gonzalo y su líder Iktán avistaron una cueva de grandes dimensiones donde se estaban ocultando los enemigos cocomes, tal vez para preparar su asalto contra ellos. Los Cocomes se ocultaron y el grupo finalmente decidió adentrarse tras ellos y darles caza. Mientras avanzaban por la cueva, veían restos de sangre y dientes, pero no había ni rastro de los enemigos. Sospecharon de los jaguares, pero éstos raramente se internaban tanto en las profundidades de una cueva...

Finalmente, el grupo llegó a una sala amplia y alta, que constituía el final de la cueva. Para su sorpresa encontraron algo que no podrían haberse imaginado antes: todos los cuerpos de los enemigos Cocomes estaban abatidos por el suelo, desgarrados, y un ser cuadrúpedo de terrible aspecto estaba relamiéndose. Había acabado con ellos. Iktán creyó que habín llegaod al Xibalbá (el infierno), tras observar a aquel ser de casi dos varas de altura. Poseía cuerpo y patas y cola de león, pero sobre su cuello descansaban dos cabezas: una como de un animal con cornamente, una especie de toro parecidos a los de Castilla, y otra, a su lado, de jaguar. Acto seguido atacó a los asustados jugadores.

Joao pereció en la contienda. Las fauces de la cabeza de jaguar aprisionaron vilmente su cuello. Finalmente, el grupo consiguió vencer a la criatura y con pesadez y miedo regresar Ichpaatún, con el cuerpo de Joao arrastrado por una improvisada cubierta de palos y ramas.

Tras contar con todo lujo de detalles lo ocurrido, los jugadores descansaron en la ciudad, y Na Chan Kan creyó que aquel encuentro con la bestia no era sino un mal augurio (¿tendría que ver con la llegada posterior de los conquistadores?). Gonzalo Guerrero consiguió la libertad por el episodio del Caimán, aunque los jugadores aún habrían de esperar dos años como esclavos aprovechar su última oportunidad de escapar de allí.